Por Oscar Luis Chaves B.
Los economistas clásicos, de la sociedad pre-industrial, siguiendo principios de la física de Newton, conceptualizaron sus modelos económicos en un entorno de abundantes recursos naturales y pocas emisiones de carbono. No obstante, previo al desarrollo de la ciencia, la escasa tecnología de las sociedades agrarias limitó el bienestar de la mayoría de los habitantes.
A la llegada de revolución Industrial, mejores máquinas y mayor especialización del trabajo rompieron en cierta medida los límites a la función de producción. La máquina de vapor (combustión) y luego la energía eléctrica permitieron extraer mayor variedad y cantidad de recursos de la naturaleza para abastecer más productos y nuevos mercados. Posteriormente, los modelos neoclásicos se centraron en reflejar los precios del mercado como señales relevantes para la toma de decisiones (por ejemplo, decisiones de inversión, producción o consumo), sin considerar los aspectos sociales y medioambientales.
Bajo esta misma filosofía se desarrolló el sistema financiero. Hace 50 años, el New York Times dio a conocer un ensayo del Milton Friedman, Premio Nobel 1976, donde este destacado economista concluyó que la única responsabilidad de la empresa era crear valor a sus accionistas y la del mercado reflejarlo en el precio de las acciones corporativas.
Fue hasta principios de la década de 1970 cuando El Club de Roma publicó un notable estudio encardado al MIT, donde la autora principal, Donnella Meadows, física y científica ambiental, destacó cinco factores básicos que a su juicio determinan y, en sus interacciones, limitan, el modelo económico basado únicamente en los precios de mercado: i) el aumento de la población; ii) la producción de alimentos; iii) el agotamiento de los recursos no renovables; iv) la producción industrial; y v) la generación de contaminación.
Su interpretación dejó ver que no es posible sobrepasar límites al crecimiento sin comprometer las necesidades futuras de la población porque la Tierra no puede sostener un modelo lineal de extracción, producción y desecho sin afectar el bienestar de las futuras generaciones.
En su defecto, ¨una transición hacia una economía basada en un modelo de producción y el consumo sostenibles considera, el uso de energías renovables, la reutilización de materiales y la restauración de tierras, como elementos necesarios para encontrar equilibrio del sistema¨.
Las nuevas Finanzas Sostenibles
En el 2015 las Naciones Unidades realizaron la declaración de la Agenda 2030 promulgando los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).
Con dicha interpretación, posteriormente florecieron los Principios de Inversión Responsables (PRI).
A este nuevo paradigma se le denomina Finanzas Sostenibles (F.S) y su práctica diferencia tres niveles de profundidad:
1) F.S 1.0: mantiene como meta optimizar el rendimiento ajustado al riesgo, pero su práctica excluye actividades perjudiciales para la salud e integridad de los seres humanos como las drogas y las condiciones laborales desiguales.
2) F.S 2.0: Implica orientar el proceso ahorro-inversión hacia aquellas actividades que contabilicen un doble impacto. Valor al accionista y retorno al Capital Natural y Social. Los llamados principio ESG (Ambiente, Sociedad y Gobernanza, por sus siglas en inglés).
3) F.S 3.0: representa la última frontera, la Inversión de Impacto. Por su definición anteponen los objetivos de desarrollo sostenible a la ganancia por la ganancia misma. Es decir, el retorno al capital queda sujeto al desarrollo de la sostenibilidad y el bienestar del sistema y no sólo del capital de los accionistas.
Ojalá que este nuevo paradigma de las Finanzas Sostenibles y buenas practicas de inversión también incorporen las externalidades como el precio del carbono a los insumos de la función de producción. Si las señales de precio son las correctas, tendremos la mejor garantía que el sistema financiero va a encontrar la óptima frontera de alternativas de inversión, alineada a los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas.
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